La primera vez que usé DMT no fue en Berkeley. Había hecho caso al consejo de Terence de comenzar con psicodélicos más suaves. Lo fumé cuando visité Hubbard Creek en donde hicimos algunos “bioensayos” por primera vez. Fue todo lo que me habían prometido y más que eso. En la segunda fumada, luché para mantener el humo de sabor horrible en mis pulmones mientras veía disolverse toda la realidad frente a mis ojos en millones de brillantes joyas fractales transformándose y retorciéndose como medusas iridiscentes mientras un sonido burbujeante, parecido al de un celofán rasgándose se rompía en fragmentos que resonaban en todo mi ser; había una sensación de desfragmentación, uno sentía estar cayéndose hacia adelante -cada vez más rápido- en una especie de túnel retorcido forrado con joyas brillantes, una montaña rusa supersónica precipitándose hacia los intestinos de Dios. El término “viaje” es un cliché que se le ha dado a la experiencia psicodélica pero en el caso del DMT es muy adecuado. Hubo definitivamente una sensación de movimiento y de haber cruzado un umbral de algún tipo, de haberse asomado por un breve momento a una dimensión paralela en donde existían las cosas más asombrosas imaginables en una frenética atmósfera circense de éxtasis hilarante. Parecía como si esta dimensión hubiera estado siempre ahí, a sólo una fumada de distancia, y estas cosas, estas entidades, estaban por ahí brincando y vitoreando, “qué alegría verte, qué alegría conocerte, gusanillo, bienvenido a nuestro mundo, ¿te unes a la diversión?” El último de los aventones carnavalescos: sube abordo y nos iremos lejos. Richard lo describió como quedarse a la deriva sobre una balsa enjoyada en un océano de electricidad. Pienso que es una descripción preciosa, igual de precisa pero diferente.
…la experiencia es inherentemente inefable; no puede describirse con el lenguaje ordinario, es translingüistica. Cuando los efectos pasan… hay un impulso casi irresistible de tratar de describir la experiencia. Esto comienza casi inmediatamente después del viaje, como si la verbalización fuera un reflejo protector. El DMT es más de lo que la mente puede manejar; la experiencia es abrumadora, de una desnudez cruda; nos sentimos obligados a intentar de recuperarla en algún tipo de cajón lingüístico y sin embargo, hacerlo es menoscabar la experiencia. Toda descripción, incluso aquellas tan elegantes de Terence, se quedan cortas a lo que es la experiencia real.
De The Brotherhood Of The Screaming Abyss,
Dennis McKenna, 2012.
Traducción: M. Manjarrez, Ilustración Farmacológica
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