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lunes, 29 de marzo de 2021

A. Abulafia y la destrucción del lenguaje como medio para la experiencia mística

 “Ahora comienza a combinar pocas o muchas letras, a permutarlas y combinarlas hasta que tu corazón entre en calor. Presta mucha atención a los movimientos de las letras y a los que tú puedes producir al moverlas. Y cuando sientas que tu corazón ha entrado en calor y veas que por medio de la combinación de letras puedes percibir cosas nuevas que no podías conocer por tradición ni por ti mismo, cuando estés preparado para recibir la corriente de fuerza divina que fluye hacia ti, entonces utiliza toda la profundidad de tu verdadero pensamiento para imaginar en tu corazón el Nombre de Dios... Todo tu cuerpo se verá poseído de un violento temblor y pensarás que estás a punto de morir, pues tu alma, colmada de júbilo por el conocimiento adquirido, abandonará tu cuerpo. Y prepárate para elegir conscientemente la muerte, y entonces sabrás que avanzaste lo suficiente como para recibir el flujo divino” (A. Abulafia. Cf. Las Grandes Tendencias del Misticismo Judío)

domingo, 9 de febrero de 2020

Fragmentos de filosofía, lenguaje y la experiencia psicodélica.



Marquard: "La filosofía sin experiencia es vacía, la experiencia sin filosofía es ciega. "

Esta madrugada, el filósofo español Ocaña y la cita de Marquard sobre la filosofía de la experiencia me han hecho recordar esa otra cita de Gabriela Milone: "la etimología de 'experiencia' alude a una prueba extrema, una salida de sí, un enfrentarse con lo desconocido; implica una relación paradójica con el lenguaje en tanto éste no puede dar cuenta cabalmente de lo experimentado; y de este modo, vinculamos la experiencia con la inmediatez, imposibilidad e inaccesibilidad".


Anudo la experiencia límite, la experiencia psicodélica eleusiana como una parte esencial de la primera pregunta por el Ser en el surgimiento de la filosofía griega a través del ritual de la muerte psicológica mistérica. La famosa cita de Aristóteles sobre los Misterios: "la experiencia del iniciado, indica la dignificación del sujeto no por aprendizaje sino por un sufrir de un proceso de transformación", resulta muy pertinente. Cicerón pone atención en la destrucción e iniciación de la experiencia de los ritos mistéricos: "así en verdad hemos aprendido algo sobre el inicio de la vida y hemos obtenido fuerza no sólo para vivir felizmente sino para morir con dignidad. "

Ya Damascio, a partir de esta experiencia puede enunciar la falla del lenguaje, lo que "excede totalmente la jerarquía de la realidad". Platón escribió: "Desde luego que yo no he escrito nada sobre esas cosas, y nunca lo escribiré; porque este conocimiento no es en modo alguno comunicable..."




Cuando Platón define a la filosofía como un aprender a morir, habla de la experiencia de muerte ritual eleusiana, pero aún así el origen de esta filosofía primera que es siempre una filosofía de la experiencia no inicia ni termina con él. Se habla de cada filósofo y filósofa como hierofante y poeta también. 



Aunque la intención sea más notoria en los neoplatónicos, que dejaron bien clara su posición de realizar la distinción entre una filosofía como forma de experiencia y el discurso filosófico (que aumentaba en los primeros siglos cristianos) . La tarea contemplativa del filósofo/hierofante/poeta de los orígenes de la filosofía primera fue siempre "trascender las limitaciones impuestas por lo sensorial y el razonamiento discursivo."Los neoplatónicos se convirtieron casi todos en hierofantes, los sacerdotes que guiaban las ceremonias eleusinas y aquellos de los que Platón dijo eran los únicos que podían hacer filosofía de la forma correcta.


Pero si Platón y Aristóteles dejaron claro la no escapatoria del sentimiento de falta al tratar de dar un acercamiento a lo que sólo se aprehende por la experiencia, Plotino sí escribió sobre "esas cosas" y la experiencia mistérica/psicodélica se encuentra en toda su obra. Plotino en "La inefabilidad de la contemplación de lo Uno" se pregunta:



"¿Cómo es entonces que no permanecemos allá arriba?"



Ahora, al tener el discurso místico (el relato, lo escrito de la experiencia de unión con el Todo/Uno) una finalidad persuasiva, exhortativa y anagógica implica, a su vez, la experiencia mística del que indica el camino. Podemos apreciar, pues, que la relación entre experiencia y discurso místicos resulta ser de implicación mutua, en la medida en que la experiencia propia de Plotino se revela como condición necesaria para su discurso pero este, a su vez, es presentado como la instrucción que permitirá a quienes son mentados por él a que lleguen, por sí mismos, a la experiencia, final del camino (Encuentro momentáneo con la Verdad, que sólo se llega a través, como dijo Weil, de un proceso de total humillación). Entonces, la función creativa de la mística plotiniana es doble: cada uno de los modos en que la entendemos, es decir, tanto el discurso como la experiencia, posee su impulso generador: la experiencia engendra el discurso y el discurso posibilita la simbolización de la experiencia y así fundarla en lo simbólico.


Heráclito, el oscuro, el hierofante: "Y a las cosas todas las timonea el rayo."



viernes, 7 de febrero de 2020

Dickinson Plant Person

Here is a little forest,
Whose leaf is ever green;
Here is a brighter garden,
Where not a frost has been;
In its unfading flowers
I hear the bright bee hum:
Prithee, my brother,
Into my garden come!

Plant Person es un concepto creado por Dale Pendell que le va perfecto a Emily Dickinson. En su herbolarium, que fue recuperado hace poco y la Harvard University ha digitalizado, se encuentra un ejemplar de cannabis macho





Forbidden Fruit a flavor has
That lawful Orchards mocks --
How luscious lies within the Pod
The Pea that Duty locks --

I started Early -- Took my Dog --
And visited the Sea --
The Mermaids in the Basement
Came out to look at me --
And Frigates -- in the Upper Floor
Extended Hempen Hands --
Presuming Me to be a Mouse --
Aground -- upon the Sands

But no Man moved Me -- till the Tide
Went past my simple Shoe --
And past my Apron -- and my Belt
And past my Bodice -- too --

And made as He would eat me up --
As wholly as a Dew
Upon a Dandelion’s Sleeve --
And then -- I started -- too --

And He -- He followed -- close behind --
I felt His Silver Heel
Upon my Ankle -- Then my Shoes
Would overflow with Pearl

Until We met the Solid Town --
No One He seemed to know --
And bowing -- with a Mighty look--
At me -- The Sea withdrew--

domingo, 3 de marzo de 2019

Meditaciones sobre la experiencia psicodélica




“Eyes spiritualised by death can judge.”

Yeats



Después de algunos de sus experimentos con mescalina, el poeta Henri Michaux hace una recomendación que resulta valiosa para aquellos que se enfrentan a la experiencia psicodélica: “La autoentrega es el secreto para atravesar lo enloquecedor.” 

Existe un umbral en la experiencia psicodélica en el cual las últimas estructuras imaginarias y simbólicas que constituyen nuestra percepción de lo que llamamos realidad se terminan por derrumbar, entonces uno se encuentra sumergido en el desdoblamiento hacia el inconsciente con casi nada a que asirse. Encontrarse abismado en lo que Lacan llamó inconsciente a cielo abierto es para muchos el horror de lo enloquecedor. Kierkegaard llamó enfermedad mortal a una desesperación de no poder morir, quién desespera no puede morir, por lo que vive la muerte eternamente sin poder pasar hacia un más allá de ella, la enfermedad mortal es lo enloquecedor. Son bien conocidas, en la experiencia psicodélica, la sensación de estar atrapado en un bucle temporal infinito, el no-tiempo, que se experimenta como el puro temor a la locura del inconsciente atemporal. La autoentrega es lo contrario a la desesperación: es la humildad de la finitud, de la aceptación de encontrarse a sí mismo “en el absoluto desgarramiento del espíritu” (Simone Weil: el único camino posible hacia la Verdad), la aprehensión de la muerte –el desvanecerse del instante: una entrega total a la Nada abismal; que resulta siempre más difícil cuanto mayores sea nuestros apegos imaginarios y simbólicos, cuanto mayor sea nuestra desesperación. Walter Benjamin lo puso así: "la muerte está entre mí y la embriaguez, …y un camino nevado más allá de la embriaguez; ese camino es la muerte."


Hegel en la Fenomenología...
"Pero la vida del espíritu no es la vida que se asusta ante la muerte y se mantiene pura de la desolación, sino la que sabe afrontarla y mantenerse en ella. El espíritu sólo conquista su verdad cuando es capaz de encontrarse a sí mismo en el absoluto desgarramiento."

Desde tiempos de los Misterios Eleusinos, el fenómeno principal de todo el ritual para el sujeto que asistía era el de experimentar una muerte y renacimiento psicológico típico de los estadios más altos de los psicodélicos, una experiencia mística. No sólo Platón decía que los hierofantes (los sacerdotes que preparaban la bebida enteogénica y dirigían laliturgia) eran los verdaderos filósofos. También en varias ocasiones en palabras de Sócrates escribe que la finalidad  del filósofo es "aprender a morir" y en sus escritos se encuentran numerosas menciones a la experiencia de muerte que se veía en Eleusis. La tradición filósofo/hierofante platónica continuó hasta los neoplatónicos, los cuales la mayoría con gran entusiasmo se dedicaron a desentrañar la "experiencia" (y al menos Plotino, a tratar de escribirla), que era la experiencia de lo Uno, la experiencia del Ser/Nada. La gran mayoría de ellos tuvo el cargo de hierofante en los últimos días de existencia de los misterios, antes del advenimiento del cristianismo.

Con Heidegger es con quien regresamos a la filosofía hierofante pre-socrática: a la temporalidad del Ser. Uno no puede negar que la experiencia psicodélica, en su "desgarramiento" y "destrucción" de todo el sistema simbólico e imaginario del sujeto motiva el pensar la pregunta por la Verdad del Ser. A través de la experiencia de muerte/renacimiento psicológico por la vía farmacológica se puede llegar a la posición de asumir el "ser-para-la-muerte" heideggeriano: después de la experiencia el "ser ahí" se vincula heroicamente con su finitud y la asume, dejar de entender el serl-en-el-mundo como un accidente exterior, para verlo como aquello que viene desde su interior.


Mario Manjarrez, 2018

sábado, 28 de abril de 2018

Oscar Wilde y su experiencia con el óxido nitroso.


Oscar Wilde le envía una carta a William James (quien también dijo haber comprendido la filosofía hegeliana sólo después de una experiencia psicodélica con óxido nitroso) a finales del siglo XIX, cuando este último realizaba su investigación sobre los efectos del óxido nitroso en artistas y científicos. Wilde responde:

Una mañana de junio, o no más tarde de finales de mayo de 1895, fui a un dentista frente al Colegio Balliol, para que me extrajera un diente. Nunca antes había consumido este “gas de la risa”, y nunca lo he vuelto a hacer desde entonces. Mi experiencia fue, con tanta precisión como puedo recordar a esta distancia de tiempo, la siguiente:
Ya sea por ponerme un propósito en particular, o para distraer mi mente del incómodo proceso de "quedarme inconsciente", decidí tratar de observar de forma muy cuidadosa los cambios en mi estado de consciencia.
Me di cuenta que lo que sucedió después fue que el contenido de la consciencia, la percepción, los sentidos, gradualmente se redujeron, hasta que casi llegué, aunque no del todo, al vacío e incoloro hecho de la existencia de la consciencia casi divorciada de toda percepción. En ese momento, por supuesto, apenas estaba en condiciones de observar con precisión, pero cuando reflexioné después sobre el asunto, me pareció que había pasado un tiempo absurdamente largo en ese estado, y luego, de repente, cuando lo deseaba, pero menos me lo esperaba, me “apagué", como una vela sofocada.
Lo siguiente que percibí fue, ¡quién lo diría, por dios, lo sabía todo! una ráfaga de soluciones obvias y absolutamente satisfactorias a todos los problemas posibles invadió todo mi ser, y una unificación total de los hasta ahora contradictorios y aparentemente diversos aspectos de la verdad tomaron posesión de mi alma a la fuerza. Lo más extraño, fue que pude reconciliar el hegelianismo en sí con todas las otras escuelas de filosofía en alguna síntesis superior y esto me provocó una gran corriente de alegría a través de toda mi consciencia.
Luego, en un instante, a este estado de éxtasis intelectual le siguió uno que nunca olvidaré, porque para mí era aún más novedoso que el otro, es decir, un estado de éxtasis moral. Me invadió un inmenso anhelo de llevar esta verdad al mundo frágil, apesadumbrado y afligido en el que había vivido. Me imaginé a mí mismo con justificado orgullo al darme cuenta cómo no podían dejar de reconocerla como la gran Verdad al escucharla, y vi que los profetas anteriores que habían sido rechazados lo eran sólo porque las verdades con las que volvían eran sólo parciales y por eso no eran convincentes. Tenía aquí un bálsamo para todas las heridas, y la esperanza de cómo toda la humanidad se amontonaría para bendecir al portador casi me intoxicó. Pero al mismo tiempo sentí que me moría en ese justo momento y que entonces no sería capaz de contarle esto a nadie. Nunca me había preocupado mucho por la vida, pero fue entonces cuando oré y me esforcé por vivir, como nunca antes había orado y luchado. Sin embargo, parecía en vano luchar por la vida, y cuando me estaba resignando a la extinción sobrevino una inmensa sensación de alivio de un obstáculo que había cedido sobre mí. Esto fue sucedido, por supuesto, por otro ataque de éxtasis filantrópico. Cinco o diez segundos más, y debería poder hablar, y el mundo sería redimido de verdad, ya sea que viviera o no. Fue un momento de dicha suprema, superando a los estados anteriores. De pronto observé en una especie de escenario rosado a un hombrecito también de color rosa y de rostro amable que parecía reconocer. ¿Quién podría ser? Luego, a medida que el hombrecillo rosa se hacía cada vez más grande y menos rosado, y yo volvía al estado normal de consciencia (porque esa era la sensación), escuché una voz, al parecer no la del hombrecillo rosa, sino la de alguien que estaba fuera de mi campo de visión: "Hubiera sido un trabajo duro sin el ascensor." Estas palabras me dieron poder para hablar, y grité en voz alta: "Hubiera sido un trabajo duro sin el ascensor; ¡he descubierto algo de metafísica!" Apenas había dicho estas palabras, se burlaron de mí. La Verdad se había evaporado, como un sueño olvidado, y me había dejado con frases entrecortadas en los labios y un deleite pálido en el corazón. El dentista me preguntó si acaso padecía de insuficiencia hepática, y el pequeño hombre rosa, el doctor, me recomendó que me fuera a tomar un poco de aire. Desde entonces, las sombras de la prisión se han cerrado a mi alrededor, y el profesor Caird sigue reinando sin oposición en Balliol.






 CONSCIOUSNESS UNDER NITROUS OXIDE, WILLIAM JAMES, 1898.
Traducción: Mario Manjarrez

martes, 13 de marzo de 2018

David Nichols, científico de investigación con psicodélicos.


Dedicarse a la investigación científica con psicodélicos después de la prohibición de los sesentas, como dice aquí Nichols, era un un suicidio académico en el que se tenía todo que perder (y sobre todo en un país como Estados Unidos). Sin embargo, Nichols, entre otros pocos (muy pocos) científicos siguieron insistiendo aún teniendo en contra todas las políticas abusivas y opresivas. Nichols durante toda su carrera académica hasta su reciente retiro nunca abandonó la investigación con psicodélicos a pesar de todas las presiones políticas, económicas, etcétera. Creo que aquí se puede encontrar un ejemplo del verdadero espíritu científico (tan escaso en nuestros tiempos), aquel que ha entregado su vida a la búsqueda de la verdad, sin importar las consecuencias. Nuestro máximo reconocimiento.


jueves, 23 de noviembre de 2017

Benjamin - La embriaguez y la creación

De Hasheesh:


Para ponernos más cerca de los enigmas de la dicha de esta embriaguez debemos volver a cavilar acerca del hilo de Ariadna. ¡Cuánto placer en el mero acto de desenrollar una madeja! y este placer está profundamente emparentado tanto con el de la embriaguez como con el de la creación. Seguimos adelante: pero no sólo descubrimos los recovecos de la caverna en que nos aventuramos, sino que disfrutamos de la dicha del descubrimiento únicamente al ritmo de esa ventura que consiste en devanar una madeja. ¿No es semejante certeza de una madeja ovillada con mucho arte, y que nosotros devanamos, la dicha de toda productividad, por lo menos de la que tiene forma de prosa? Y en el hasheesh somos criaturas de prosa que gozan en grado sumo.

miércoles, 15 de noviembre de 2017

Michaux y las risas


Henri Michaux sobre las usuales carcajadas que provoca la embriaguez de cannabis y que también ocurre en los primeros momentos de embriaguez con psicodélicos. Cuando Michaux habla aquí de cáñamo lo hace del extracto de cannabis indio:

El cáñamo se manifiesta para muchos mediante estentóreas carcajadas, aunque, sobre todo al comienzo no hayan notado nada de gracioso. Masajeado por las risas, por las olas de risa, por ese cosquilleo vibratorio tan particular, poco a poco llegan a advertir la gracia, sobre todo donde nada la reclama. Ella reside justamente en el contraste entre esa no gracia y el humor que las inunda y en ese objeto perfectamente grave cuyo estado hilarante va a triunfar. Pues cierta seriedad se torna propiamente irresistible. Sin embargo, no es la risa de las grandes palmadas en la espalda, sino la risa fiel a sus orígenes, una risa delicada aunque intensa, nacida de vibraciones sutiles, risa que 'pesca', que capta el fin del fin de un mundo infinitamente absurdo.

jueves, 9 de noviembre de 2017

Fitz Hugh Ludlow

Por el bien de la ciencia, el explorador interior, el autonombrado Alexander farmacéutico, se adentra en los senderos desconocidos.
"Cerca del mediodía, poco más de una semana después de mi primer experimento, enrollé veinte granos de hasheesh en una píldora y la tragué, pronunciando al hacerlo, "¡Esta es la prueba final, por el bien de la ciencia!"  The Hasheesh Eater, 1857.



martes, 31 de octubre de 2017

Benjamin - Haschisch

Benjamin, en una anécdota muy graciosa, escribe sobre la creación de neologismos, usual en la embriaguez de hachís y de otros psicodélicos, también sobre la capacidad de estas drogas de eliminar las protecciones que en estado normal de consciencia nos preservan de la mayoría de estímulos exteriores -la válvula reductora de Huxley, el Ego de Freud-: los psicodélicos permiten un discurso que va más allá de aquél que se posiciona desde un "Yo hablo", como Foucault ya ha mencionado a propósito de la escritura de Blanchot, aquello a lo que Lacan llamó "un discurso que no fuera del semblante". 


Algo para caracterizar la zona de imágenes. Un ejemplo: cuando hablamos a alguien y vemos que el susodicho fuma un puro o va y viene por la habitación, etc., no nos asombramos de que, sin considerar la fuerza que aplicamos para hablarle, tengamos todavía capacidad de seguir sus movimientos. Pero el asunto debiera presentarse muy de otra manera si las imágenes que tenemos ante nosotros al hablar a ese tercero tuviesen su origen en nosotros mismos. Lo cual está naturalmente excluido en el estado habitual de consciencia. Más bien es de suponer que dichas imágenes surgen, que quizá surjan incluso permanentemente, pero que son inconscientes. No así en cambio, en la embriaguez de haschisch. Puede tener lugar, como se probó precisamente esa noche, una producción ni más ni menos que tormentosa de imágenes, independiente de toda otra fijación, de toda orientación de nuestra advertencia. Mientras que en el estado normal las imágenes que surgen libremente, y a las que no prestamos atención alguna, permanecen inconscientes, en el haschisch parece que las imágenes no precisan, para presentarse ante nosotros, de nuestra atención más mínima. Claro que la producción imaginativa puede sacar a la luz cosas tan extraordinarias y de manera tan fugaz y apresurada que, a causa de la belleza y notabilidad de su mundo, no logramos más que atenderlas. Y así, cada palabra de E. que escuchaba -lo formulo ahora desde una cierta destreza para imitar en estado claro las formulaciones del haschisch- me conducía a un largo viaje. No puedo aquí decir mucho más acerca de las imágenes mismas, ya que surgían y desaparecían con una velocidad atroz (y por cierto que todas ellas eran de proporciones bastante pequeñas). Eran esencialmente figurativas. Y a menudo con un fuerte empaque ornamental. Tenían preferencia cosas que poseen de suyo dicho empaque: obras de mampostería o bóvedas o ciertas plantas. Muy al comienzo formé el término "palmeras de punto" para caracterizar de algún modo lo que veía. Palmeras, así me explicaba, con trabajo de malla como el de los jubones. Y luego imágenes enteramente exóticas, ininterpretables, tal y como las conocemos en las pinturas de los surrealistas. Una larga galería de armaduras en las que no había nadie, ninguna cabeza; sino que llamas jugaban en torno a las aberturas del cuello. Mi "decadencia del arte de la repostería" desató en los otros una increíble tormenta de risas. El caso es el siguiente: durante un rato aparecieron ante mí pasteles gigantescos, de tamaño sobrenatural, pasteles tan colosales que sólo podía ver, como si estuviese ante una alta montaña, una parte de ellos. Me explayé con todo detalle en descripciones sobre cómo dichos pasteles eran tan consumados que no resultaba ya necesario comerlos, puesto que saciaban todos los apetitos inmediatamente por los ojos. Y los llamé "pan de ojos". No me acuerdo ya cómo llegué al neologismo aludido. Pero no creo equivocarme al reconstruirlo de este modo: la culpa de la decadencia de la repostería está en que hoy en día hay que comer los pasteles. Procedí análogamente con el café que me dejé servir. Un buen cuarto de hora, si no más, tuve inmóvil en la mano el vaso lleno de café, y declaré que beberlo estaría por debajo de mi dignidad, transformándolo en cierta manera en un cetro. Puede muy bien hablarse de la necesidad que tiene la mano, en el haschisch, de un cetro. Esa embriaguez no fue muy rica en grandes neologismos. Me acuerdo de un "enano-pelele", del que procuré dar a los otros una idea. Más comprensible resulta mi réplica a una expresión cualquiera de G. que acogí con el acostumbrado desprecio sin límites. Y la fórmula de ese desprecio era: "Lo que usted está diciendo, me importa tanto como un tejado en Magdeburgo." 


sábado, 21 de octubre de 2017

Walter Benjamin - Haschisch

Uno de los primeros signos de que el haschisch comienza a hacer efecto "es un sentimiento sordo de sospecha y de congoja; se acerca algo extraño, ineludible..., aparecen imágenes y series de imágenes, recuerdos sumergidos hace tiempo; se hacen presentes escenas y situaciones enteras; provocan interés por de pronto, a ratos goce, y finalmente, si uno no se aparta de todo ello, cansancio y pena. Queda el hombre sorprendido y dominado por todo lo que sucede, incluso por lo que él mismo dice y hace. Su risa, todas sus expresiones choca con él como sucesos exteriores. Alcanza también vivencias que se avecinan a la inspiración, a la iluminación... El espacio se ensancha, se hace escarpado el suelo, se presentan sensaciones atmosféricas: vaho, opacidad, pesadez del aire; los colores, se vuelven más claros, más luminosos; los objetos son más bellos o más toscos y amenazadores... Todo lo cual no se realiza en una evolución continua, sino que lo típico es más bien un cambio ininterrumpido del estado de vigilia al del ensueño, un permanente ser arrojado y zarandeado, que termina por resultar agotador, entre mundos de consciencia enteramente diversos; este hundirse o emerger puede ocurrir en pleno proceso. 


lunes, 9 de octubre de 2017

Walter Rheiner - Kokain


I

La noche comenzaba a aferrarse a los árboles de la avenida y goteaba sobre los hombros de Tobías, cuando éste pasó bajo el murmullo de las ramas. Durante casi dos horas estuvo deambulando de arriba abajo por la avenida.

El reloj (fantasma de bronce en la encrucijada de las calles) marcaba las diez y media. En esta moribunda noche de verano, desbordada en innumerables suaves tonalidades detrás del gris eterno del gigantesco cadáver de la Catedral de la Memoria, Tobías se puso en movimiento: sacudido por una desoladora ansiedad, que no lo abandonaba y que lo torturaba aun más cuando intentaba escapar de ella o cuando creía poder anestesiarla con el ajetreo de la bulliciosa cafetería, esa miserable habitación con sillas de terciopelo rojo en donde se veían clientes imperturbables que gastaban allí sus falsas vidas, personas de feos rostros y muecas socarronas;  una existencia entera de calcomanías coloridas, como aquellas que se les da a los niños. Como hacía con frecuencia, había huido allí de nuevo, frente a la licuefacción del sol de verano, que corría suavemente en el cielo cercano, mientras su ansiedad amenazaba con convertirse en locura.

Y sin embargo, esta ansiedad siempre prevaleció; cuando lo invadía, conseguía hacer odioso cualquier lugar: aquella habitación amueblada y toda la cafetería, los amplios espacios de las calles y las plazas.

Asustado, se fue cuando la noche azul (corriente oscura) ya había terminado de derramarse sobre las cabezas de los transeúntes. La noche había caído por completo. Brillante, el asfalto parpadeaba, cuando, zumbando, un coche acelerado pasó junto a Tobías.

Una música dulce se extendía desde las terrazas de las cafeterías. Ésta arrastraba conversaciones que luego se perdían. Presenció un desfile interminable de damas distinguidas, maquilladas, y caballeros discretos, una circulación continua de personas risueñas en sus coches, la alegre y melancólica canción vespertina de la gran ciudad sombría, que vivía a su manera. 

¿Y él? ¿Sabía cómo vivir? Pero, ¿cómo vivía?

Deslumbrado, se detuvo en el borde de una plaza, un remolino de luz y sonido giró alrededor de él. Sus pensamientos eran breves y violentos.

Ciertamente no una vida de esta clase, hecha de apariencias, a imagen de esos adornos de colores, esos coches radiantes, esas máscaras sonrientes que lo pasan de largo. Pero, ¿cómo vivía? ¿Cómo, entonces, despertarse por la mañana a las diez o las once, en ocasiones hasta mediodía; sólo para levantarse con un profundo disgusto por su habitación, sus libros, sus ropas, su propia persona? La constatación cotidiana de no tener dinero, y esas especulaciones sobre cómo obtenerlo: ¿por la compasión de qué conocidos o qué desconocidos? Y, por la mañana, esa despreciable hambre habitual.

La defensa diaria contra la vieja ama de llaves que le exigía el alquiler. Y luego, la desgraciada partida de esa casa tan repugnante igual que la calle a la que salía, y que irónicamente llevaba el nombre de un ilustre filósofo, del cual había leído alguna vez sus obras y que se le aparecía como un padre blandiendo amenazante una muleta. Y aquella mala conciencia con la que rogaba dinero, en el café o frente a los despachos de los editores que, asombrados, le echaban el humo del tabaco en la cara, para después deshacerse de él. Este vacío en el cerebro, el repugnante resentimiento que residía en él y lo hacía injusto con toda esta gente, vestida con trajes decentes, caras satisfechas y pasos tranquilos. Y entonces: - Entonces llegó la gran maldición, la noche se apoderó de él, trayendo consigo esa ansiedad diabólica, que le hizo girar sobre sí mismo como un trompo. Los pájaros cantaban -y él se enfrentaba inexorablemente con su destino, que se encontraba frente a él sólo para mostrarle con una mano poderosa el camino correcto: ¡Anda allá!

Así que anduvo. Allá, a donde iba todos los días, anteayer, ayer y hoy, sin escapatoria. La muerte vendría más tarde, tal vez la encontraría en el camino, con la esperanza de que fuera el resultado de una casualidad. Así que anduvo.

¡Y ese era: el lugar exacto! Sí, como siempre, se había detenido en el lugar exacto.

Tocó la campanilla de noche de la farmacia. Listo: tocar y esperar.

La luz se encendió, la puerta se abrió y apareció la cabeza calva del farmacéutico.

“Doctor…”

“Bueno, ¿otra vez aquí? ¿No podía haber venido más temprano?”

“Por favor, disculpe, yo quería…”

Pero la cabeza calva había ya desaparecido.

Sí, ¿y qué había pasado? Había luchado, como todas las tardes, y como siempre, había perdido. ¡Un gran encogimiento de hombros dirigido a todo el mundo!

El farmacéutico estaba de regreso: “Tres marcos con cincuenta.”

“No tengo mucho dinero”, murmuró Tobías.

“Bueno”, dijo el farmacéutico. “Lo anotaré de nuevo, ¡pero ten cuidado si no pagas, ya lo sabes!”

“Gracias”, susurró Tobías, y se despidió.

No más tensiones y pensamientos, no más preocupaciones y dudas, ya sostenía en sus manos el eterno veneno, y juntó el pequeño frasco hexagonal contra su pecho como si fuese un rosario sagrado. ¡Ahora él mismo era la vida, y su corazón latía más fuerte que el mundo entero!

En los sanitarios de la cafetería se administró tres inyecciones seguidas, cerró cuidadosamente la botella y luego guardó la jeringa en el bolsillo de sus pantalones.

Ahora se sentía libre y ligero, ¡juguetón como un dios joven! Triunfante, regresó a la cafetería, sonrió a las damas, y frunció el ceño ante los elegantes caballeros. Un sólo gesto y, como Icaro, el efebo divino, flotaba en el techo con una sonrisa, se deslizó sobre el dosel de la terraza y voló en círculos sobre las estrellas resplandecientes.



Conrad Felixmüller: Death of the Poet Walter Rheiner (1925)



Traducción del primer capítulo de la novela Kokain de Walter Rheiner publicada en 1918.
Traducción: Mario Manjarrez