Llamo al hachís la droga del viajero. Todo el Oriente, desde Grecia hasta la China, cabe dentro del ámbito de una cultura, y para este viaje no hace falta llevar equipaje ni gastar; con seis centavos se puede adquirir boleto para dar la vuelta al mundo.
Después de las tormentosas visiones, vienen generalmente experiencias más calmadas, de tipo sedante y recreativo. Se desciende de las nubes o se asciende de los abismos a una tierra con agradables sombras, en medio de las cuales la vista puede descansar del esplendor de los serafines o de las llamas del infierno. Esta estructura encierra una sabia filosofía, ya que de otro modo el alma se consumiría por exceso del oxígeno.
Las ocasiones en las que el cuerpo y la mente parecían hallarse en condiciones absolutamente análogos y en las que las circunstancias externas e internas no delataban diferencia apreciable, con la misma dosis de hachís produce con frecuencia resultados diametralmente opuestos. Es más, en una ocasión ingerí 1.80 gramos de la doga y los efectos fueron casi imperceptibles, mientras que, con la mitad de la dosis he sufrido la agonía de los mártires o he gozado las delicias de la beatitud. Son tan variables los efectos que durante mucho tiempo he tomado esa substancia con plena conciencia de que me podía igualmente conducir al cielo o al infierno. A pesar de todo, la fascinación tenía a la Esperanza como ahogado, y las experiencias se sucedían sin cesar.
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