«Cuando el ahogo y la asfixia pasaron, al principio me sentía en un estado de total turbación; después llegaron los relámpagos de luz intensa, alternándose con la oscuridad y poseía una penetrante visión de lo que pasaba en la habitación a mi alrededor, pero carecía de sensación táctil. Pensé que estaba cerca de la muerte cuando, de repente, mi alma se apercibió de Dios, que estaba tratando conmigo manifiestamente, palpándome, por así decir, con una realidad presente personal e intensa. Lo sentí derramándose sobre mí como la luz... No puedo describir el éxtasis que sentí. Después, mientras me iba despertando gradualmente de la influencia de la anestesia, el antiguo sentido de mi relación con el mundo comenzó a volver, y el nuevo sentido de mi relación con Dios fue desapareciendo. De repente salté de la silla donde estaba sentado y grité: "Es demasiado horrible, es demasiado horrible, es demasiado horrible", porque no podía soportar aquella desilusión. Entonces me eché al suelo y al final desperté cubierto de sangre y gritando a los dos cirujanos (que estaban aterrados): "¿Por qué no me habéis matado? ¿Por qué no me habéis dejado morir?" Pensandlo bien; haber sentido en aquel largo éxtasis de visión sin tiempo a Dios, en toda su pureza, ternura, verdad y amor absoluto, y encontrarme después de vuelta sin revelación...»
De Variedades de la experiencia religiosa. William James, 1902.
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