Aunque seis décadas han pasado desde el primer viaje con DMT, la experiencia sigue confundiendo y mantiene un terreno fértil para la especulación sobre su significancia y significado (Meyer, 1997; Luke, 2011; Gallimore, 2013). Está claro que sería demasiado «occidentecentrista» ignorar el uso que hacen los indios del Amazonas con el DMT que contienen los brebajes de ayahuasca (Shanon, 2003; Frenopoulo, 2005; Shanon, 2005; Schmidt, 2012) o con la cohoba (Schultes, 1984), pero hasta que los efectos del compuesto puro fueron descubiertos, entendimos su papel en estos preparados tradicionales.
La historia comienza en 1953. El doctor y químico, Stephen Szára, planea un estudio para investigar posibles factores bioquímicos en la etiología de la esquizofrenia (Szára, 1989). Las noticias sobre los extraordinarios efectos del nuevo ácido lisérgico de Hofmann se han difundido por toda la comunidad médica europea y Szára estaba muy interesado en conseguir una pequeña cantidad para su propia investigación. Escribió a Sandoz, la única fuente de LSD en ese tiempo, para pedir una orden. Sin embargo, en ese entonces, Hungría estaba encerrada detrás del Muro y Sandoz no quería poner en manos de un país comunista una droga tan poderosa. Su pedido fue rechazado. Szára necesitaba una alternativa. ¿Mescalina?
«En este punto, pedí una orden de 10 gramos de mescalina a una farmacéutica británica. Para mi sorpresa y placer, la droga llegó en diciembre de 1955. Me recuerdo pesando 400 mg de mescalina en el laboratorio, unos días antes de Navidad y llevármela a casa.»
Habiendo leído y admirado The Doors of Perception de Huxley (1954), Szára estaba ansioso por experimentar los efectos de la droga. Su elección del momento oportuno para su primer viaje de mescalina ahora nos parece acertado.
«El día de Navidad la tomé a las 3 pm. Luego de una hora no sentía nada, así que decidí irme a la iglesia en la cima del Castle Hill, en Budapest. En el camino, dentro del autobús, empecé a sentir que mi visión había empezado a cambiar; miraba por la ventana el paisaje familiar y veía a los árboles moviéndose de una forma extraña. Cuando llegué a la iglesia y conseguí entrar ya estaba llena de gente, sin espacio para sentarme. La ceremonia había comenzado, la música del órgano llenaba el aire... Para mi sorpresa, mientras veía hacia el piso de mármol, este comenzó a crecer a mi alrededor hasta convertirse en un gran círculo. Mis vecinos parecían lejanos, sin embargo, sabía que podía tocarlos.» (Szára, 2014)
Conmovido por la experiencia, Szára puso su atención en un reciente artículo publicado por un trío de químicos, Fish, Johnson y Horning (1955), sobre los constituyentes químicos de la cohoba, usada por tribus ssudamericanas para inducir estados de éxtasis religioso (Schultes, 1984). Su análisis concluyó en dos componentes; el primero era la bien conocida bufotenina (Chilton et al., 1979). En un doble acto médico al típico estilo de los años cincuenta, Fabing y Hawkins (1956) establecieron los efectos desagradables, poco psicoactivos y en cierto grado tóxicos de esta triptamina, al administrar dosis altas a un grupo de desafortunados internos de la penitenciaría de Ohio. Basados en estos datos solamente, se asumió que la bufotenina era responsable de los efectos psicoactivos de la cohoba. Szára, como sea, no estaba convencido.
El otro componente principal del rapé era el farmacológicamente poco explorado alcaloide N,N-dimetiltriptamina (DMT). Sería muy agradable escribir que Szára tuvo el presentimiento de que el DMT era el otro componente psicodélico de la cohoba, pero no fue así. Como sea, era obvio que aquellos que buscaban comunicarse con los dioses, difícilmente se verían impresionados por los peligrosos, hipertensivos, asfixiantes efectos de la nauseabunda bufotenina. El DMT era la única alternativa y Szára decidió hacer un poco. Como además de médico, Szára tenía un grado en química orgánica, usando la síntesis publicada por Speeter y Anthony (1954), pudo sintetizar diez gramos de DMT en unos cuantos días. A diferencia de sus compañeros americanos, Szára se eligió como el primer sujeto a la prueba (de hecho, eligió a un gato, pero nos saltaremos esa parte). Consciente de que Hofmann había considerado que 250 microgramos de LSD era una dosis conservadora y terminó, en palabras de Szára, bombardeado, él optó por la misma pequeña cantidad que tomó vía oral. Por supuesto, nada sucedió. En los siguientes días, aumentó gradualmente la dosis a 10 mg/kg de peso o cerca de tres cuartos de gramo. Aún sin efecto, Szára estaba desmoralizándose y quizá a punto de abandonar el proyecto, cuando un colega le sugirió que debería inyectárselo:
«En abril de 1956 (el día exacto se desconoce [Nota del autor: abril tiene una importancia especial en la historia de los psicodélicos, con Hofmann tomando LSD por primera vez el 19 de abril]), probé tres dosis vía intramuscular, dejando pasar al menos dos días para permitir que la droga limpiara mi cuerpo. La primera dosis (30 mg, alrededor de 0,4 mg/kg de peso) observé varios signos como midriasis y formas geométricas coloridas a ojos cerrados. Emocionado por este resultado, decidí tomar una dosis más alta (75 mg o 1,0 mg/kg de peso), también vía intramuscular. En unos tres minutos los síntomas iniciaron, los autonómicos (hormigueo, temblores, náusea, aumento de la tensión arterial y de la frecuencia cardiaca) y perceptuales, como motivos orientales brillantes y coloridos, y después, maravillosas escenas que cambiaban rápidamente» (Szára, 2014).
Aunque Szára no recuerda más detalles de su primera experiencia, el viaje tenía el sabor típico del DMT para los usuarios contemporáneos —patrones geométricos complejos dan paso a las alucinaciones bien formadas, envolventes. Era obvio para Szára que esto era el secreto de la cohoba:
«Me recuerdo sintiendo una euforia intensa a dosis altas, que atribuí a la excitación de saber que, de hecho, había descubierto un nuevo alucinógeno.»
Andre R. Gallimore y David P. Luke (2015), DMT Research from 1956 to the Edge of Time
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