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jueves, 7 de abril de 2016

Primeros reportes sobre cannabis (I)

A principios del siglo XIX comenzaron a promoverse con mayor intensidad las propiedades terapéuticas del cannabis entre la comunidad científica de Europa y Estados Unidos. Los primeros reportes psicofarmacológicos fueron publicaciones de médicos y químicos que realizaban bioensayos con extractos comerciales de cannabis y también con extractos preparados por ellos mismos. Resulta muy interesante la descripción de los efectos subjetivos del cannabis en estos primeros reportes en los cuales en algunos casos se llegaron a probar por vía oral dosis realmente altas de extractos que derivaban en auténticas experiencias psicodélicas.

Los reportes de O'Shaughnessy en 1843, Aubert-Roche en 1839 y Moreau de Tours en 1845, entre otros, se cuentan entre los primeros publicados en la comunidad científica y también literaria. Otros reportes de científicos que siguieron su ejemplo son importantes por su detallada descripción de la experiencia: por ejemplo, a mediados del siglo XIX, el médico H.C.Wood Jr, de Philadelphia, que a finales de siglo se interesó principalmente en probar la actividad de cannabis cultivado en Norteamérica, publicó un artículo sobre los efectos que experimentó tras una toma de un extracto preparado por él mismo. Es curioso y aún más interesante pues en su reporte indica que utilizó para su extracto plantas macho que eran cultivadas para utilizar sus fibras en Lexington, Kentucky. Es decir, partió de una materia prima que se pensaría tendría mínimos efectos psicoactivos, sin embargo, su detallado reporte indica lo contrario.

A las 4:30 PM ingirió entre 1.2 gramos y 1.9 gramos del extracto. Aparentemente, había olvidado que había tomado el extracto cuando salió a atender a un paciente a las 7:00 PM, pero media hora después los efectos se hacían cada vez más evidentes y un sentimiento de hilaridad aumentaba rápidamente:

No era un sentimiento del tipo sensual, en el sentido ordinario de la palabra... no tenía conexión con ningún tipo de pasión o sentimientos parecidos. Era simplemente un sentimiento de felicidad plena interior, mi corazón parecía optimista frente a cualquier problema: todo mi sistema sintió como si cualquier rastro de fatiga se hubiera ido; la mente pasaba rápidamente del inicio de una idea a otra, aparentemente sin ningún vinculo entre uno y otro pensamiento. Me encontraba inclinado a reír, a hacer gestos cómicos... No hubo nada parecido a un delirio, ninguna alucinación que yo recuerde... Creo que eran las 8:00 PM cuando comencé a sentir entumecimiento en las extremidades, también un sentimiento de inquietud y malestar, y también miedo de haber tomado una sobredosis. De pronto comencé a caminar por la casa, sentí mi piel caliente y mi cara roja; mi boca y garganta estaban muy secas; mis piernas se sentían extrañas, como si no fueran parte de todo mi cuerpo. Me tomé el pulso y resultó 120, bastante fuerte... Empecé a tener episodios muy marcados en donde sentía una profunda conexión con el mundo exterior y mi ser... La duración de estos episodios fueron para mi grandiosos, aunque realmente solo duraron un par de minutos.
Los periodos de inconsciencia se hicieron en algún momento más largos y más frecuentes, y durante su ausencia mi inteligencia no era la mejor, aunque en el fondo pensaba que mi razonamiento y juicio eran claros. Después, el sentimiento opresivo de una muerte inminente se hizo más intenso. Bajo la influencia de un emético, vomité libremente sin que me provocara más náuseas y sin mucho alivio tampoco... Cuando desperté por la mañana, al día siguiente, mi mente se encontraba al principio muy despejada, pero minutos después los paroxismos, similares a los de la noche, se repitieron varias veces hasta casi terminar la tarde. Todo el día tuve algún tipo de anestesia en la piel. En ningún momento me provocó ningún efecto afrodisíaco. Hubo un marcado aumento en la secreción urinaria. No hubo efectos secundarios como náusea, cefaleas o estreñimiento.


El médico J. G. Wiltshire de Richmond, en 1879 publicó un artículo llamado "Personal experience in the effects of cannabis indica" en el que reportó su experiencia tras la ingesta de 15 gotas de un extracto de cannabis indica:

Recuerdo perfectamente todos los efectos que me produjo; incluso cuando me obsesioné con la idea de que mi muerte estaba muy cerca... Me sentí muy intoxicado, el cuerpo parecía crecer, sonidos indescriptibles llegaban a mis oídos; imaginé que los vientos del invierno azotaban mis ventanas y paredes. Sentía que mi memoria trabajaba mejor... Sentimientos afrodisíacos se apoderaron de mi; tan pronto como llegaron tuve un sentimiento de alarma y malestar... Mi corazón comenzó a latir temerosamente, pensé que se iba a desmoronar. Los cortos momentos me parecían horas... Ahora sentía que mi cabeza iba a explotar. Tuve conciencia de que mi existencia corporal me estaba dejando de alguna manera, aunque podía ver y sentir con mis manos mis extremidades bajas y pensé que estaban en perfecto estado, le expresé a mi médico que prefería no irme a dormir por miedo a no despertar más...  En algún momento sentí una sacudida por todo mi cuerpo... Después comenzó a mejorar todo y caminé alrededor del cuarto con un sentimiento de deliciosa tranquilidad, con pensamientos tan placenteros que les comenté a mis amigos, "esto es el verdadero éxtasis".
El médico D.P. Duncan en su artículo científico "Hashish or Cannabis indica" de 1882 para el Southern Practitioner en Nashville, Estados Unidos, reporta los efectos del cannabis al beber tres cucharadas de un extracto comercial. Cuatro horas más tarde, los efectos se comenzaron a manifestar:

Me encontraba tan mareado que no podía permanecer de pie, los condenados a los infiernos no pueden haber sentido terrores más agonizantes. Mi piel estaba ardiendo en calentura, el pulso era rápido que apenas podía medirlo, y una parálisis general tomaba posesión de mi cuerpo completo, especialmente sobre mi estómago... La cefalea más intensa acompañó todos los otros síntomas. Estuve en esta condición cerca de tres horas, concluyendo muchas veces que estaba muriendo, con los sentimientos más desagradables posibles, sin duda era mi destino final. Después de tres horas mi pulso volvió a la normalidad, la piel fresca y húmeda, y la parálisis fue desapareciendo. Más tarde pensé que de todos los mortales felices que han existido, yo debía de ser el dichoso más supremo. Vi las visiones más beatificas que nunca pude haber imaginado, las mujeres más hermosas, angelicales en sus formas físicas y mentales. Si todo el oro del templo de Salomón me hubiese sido ofrecido, no lo cambiaría por la perfecta felicidad que experimentaba en ese momento... Estas alucinaciones mentales duraron, supongo, de cuatro a cinco horas. Después vinieron los efectos secundarios, un fuerte dolor de cabeza que duró 48 horas y una terrible confusión mental... 

El extracto de la compañía Park Davis fue uno de los más utilizados para realizar
 los experimentos sobre la ingesta del cannabis.


Mario Manjarrez

Primera experiencia del Dr. Salvador Roquet con mescalina.

...La historia se remonta a una distancia de quince años (1956), cuando yo estaba en psicoanálisis. El doctor José Gutiérrez, colombiano, frommiano, quien era mi psicoanalista, en una ocasión me dijo: “Fíjese doctor Roquet que están haciendo unos trabajos en el sanatorio psiquiátrico Ramírez Moreno, de acuerdo con la tesis de un médico. Varios psiquiatras nos ofrecimos para que nos suministren alucinógenos. Usted sabe, hay la idea de que éstos pueden reducir el tiempo que dura el psicoanálisis”. Me invitó a participar en la experiencia y acepté. Se señaló la fecha. Como coincidencia, resultó ser un jueves de Semana Santa. Ese día, contrario a mi forma de ser respecto a la puntualidad acudí una hora antes de a la cita. Nunca lo olvidaré. Recuerdo que la avenida Universidad estaba sola, pues era Jueves Santo. En esa época el Sur de la ciudad era medio despoblado. La avenida Río Churubusco se veía muy sola. Era quizás una proyección de parte mía; también había una soledad tremenda. Recuerdo que llevaba un librito en la mano: Ética y psicoanálisis, de Erich Fromm. Entonces era un admirador de Fromm. Ahora ya no lo soy. Llegué al sanatorio y como no había nadie me senté en una banca de un camellón. Leía, o más bien estaba en una actitud de meditación, de soledad, porque así me condicionaba el ambiente. Vi como llegó gente al sanatorio. Poco después me hallaba con todo el equipo de psiquiatras. Yo no había desayunado. El doctor Gutiérrez, muy amable, me preguntó si permitía que los demás médicos observaran la experiencia. Le dije que no. Sólo aceptaba su presencia, y la persona que me suministrara el alucinógeno debía salir en seguida.
...No tenía idea del efecto de los alucinógenos. Escogí la vía intravenosa para que me inyectaran mescalina. No sé porqué lo pedí. Quizás por la actitud muy mexicana de razonar “si me han de matar mañana que me maten de una vez” o “lo que suene que suene”. Y mescalina por vía intravenosa más tarda en decirse que en sentirse su efecto. Pregunté que si podía estar acostado, temía caer y quise proteger mi persona física. Tendí mi brazo y de inmediato tuve una sensación parecida a la que produce un estado alcohólico. Después de esa sensación vino algo contradictorio: estaba despabilado, pude levantarme y sentarme. Tenía una gran curiosidad científica de ver qué cosas podía hacer. Tomé el libro para hojearlo. En el momento en que lo abrí y vi pasar sus páginas, de inmediato me sentí el libro; sus distintas hojas iban cayendo, cayendo y eran mis distintas personalidades, mis distintos yoes. Entré en el viaje. Empecé a conectarme y a desconectarme, y caía en una angustia que no sabía de donde venía. Preguntaba al psicoanalista si podía ponerme de pie, como si eludiera mi responsabilidad de hacerlo. Todo era muy consciente; sabía lo que hacía y sucedía. Me levanté y para sorpresa mía pude caminar a pesar de la sensación de vacío que experimentaba. Surgieron entonces molestias físicas tremendas que analizaba como médico. Al caminar se agudizaban. Me arrepentía de haberme ofrecido a la experiencia. Sentía que moría. Sufría una disnea terrible, fuego interno, palpitaciones extremas. Estaba asustado y me paseaba como león enjaulado. No me quejaba, ni decía que estaba arrepentido, pero lo pensaba. Parecía una bestia encerrada y aceleraba la marcha como si buscara una salida. Pasó esa etapa; tomé el libro y me acerqué a una ventana para intentar leer. Podía hacerlo, más no coordinaba las ideas. Apenas pasaba unas palabras olvidaba las anteriores y no lograba formar frases. Seguí analizando las cosas que podía hacer. Pedí un desayuno, papaya, huevos revueltos, café. Mientras me traían los alimentos dije al médico que deseaba hacer un experimento y le propuse jugar ajedrez. Empezamos; la salida fue perfecta. Siguieron los primeros movimientos muy bien. Pero cuando avanzaron las jugadas dije: “No tengo plan, no tengo programa, como nunca lo he tenido en mi vida.” Instantáneamente brotó la angustia. Vinieron desconexiones y situaciones de delirio. Fue algo semejante a lo que describió Aldous Huxley en Las puertas de la percepción. Vino un registro de tipo oriental, surgieron figuras geométricas, caleidoscópicas, en colores muy vivos y maravillosos, en movimiento y con formas increíbles. Eso se esfumó y brotaron alucinaciones que me desconectaban. Vi una figura semejante a las que pintaba Rembrandt, por su composición y colorido. Apareció en el cuadro una persona: era yo, sentado como si estuviese enjuiciado. Cerca había alguien: mi otro yo. Era un observador, un fiscal. Acusaba, juzgaba mientras el otro se debatía en una angustia espantosa. Me veía mesarme el cabello, mover la cabeza con desesperación. Decía al psicoanalista si todo eso lo había hablado o pensado. El aseguraba que lo había dicho, pues él lo anotaba. Yo comentaba que aquello era prodigioso y tenía que ser estudiado con un gran equipo. Tenía que grabarse, hacer todo registro. La experiencia valía la pena aprovecharla al máximo buscándole un fin. Decía esto en forma obsesiva...

Primero experiencia del Dr. Salvador Roquet con mescalina.

"...

viernes, 1 de abril de 2016

Sylvia Plath y el óxido nitroso

Esta mañana me han extraído mis dos muelas del juicio. Llegué al consultorio del dentista a las 9:00 AM. Rápido y con una profunda sensación de muerte inminente me senté en aquella silla sólo después de darle un vistazo rápido alrededor en búsqueda de instrumentos de tortura, cosas como un taladro o una máscara de gas. Pero no había nada de eso. El dentista me abrochó el delantal alrededor de mi cuello; yo me preparaba para que pusiera una manzana en mi boca y esparciera ramitas de perejil sobre mi cabeza. Pero no, lo único que hizo fue preguntarme "¿Prefiere gas o novocaína?" (Gas o novocaína. ¡Je, je! ¿Le gustaría ver lo que tenemos en el menù, my lady? Muerte por fuego, por agua, por bala o por la horca. Cualquier cosa para satisfacer al cliente.) "Gas", respondí con firmeza. La enfermera se coló detrás de mí y colocó la mascarilla de hule sobre mi nariz, con sus tubos apretando sobre mis mejillas. "Respira lentamente" El gas entró de forma extraña, repulsivamente dulce. Traté de no combatirlo. El dentista puso algo sobre mi boca y el gas comenzó a llegar en grandes bocanadas. Había estado mirando de forma fija la luz del techo. Tembló, se licuó, se rompió en pequeñas partes. La constelación completa de pequeños fragmentos irisados empezaron a oscilar ritmicamente en forma de arco, lento al principio, después más rápido y más rápido. Ya no intentaba con fuerza de respirar, algo bombeaba hacia mis pulmones, provocando una respiración difícil y entre cortada. Sentí mi boca resquebrajándose en una sonrisa. Así que esto era... tan simple, y nadie me había hablado sobre esto. Tenía que escribirlo, contar como es esto antes de que olvidara sus efectos. Veía mi mano derecha como la punta de un arco, curvada, pero tan pronto trataba de poner mi mano en otra posición, el arco se cambiaba de ese otro lado, ganando impulso. Qué listos, pensé. Se han guardado estos efectos en secreto, incluso no te dejarían escribir sobre esto. Y después estaba en un barco pirata, la cara del capitán me miraba con atención desde detrás del timón, mientras lo giraba y conducía. Después aparecieron columnas de hojas negras y verdes, y él decía en voz alta "Muy bien, ciérrala lentamente, lentamente." Después la luz del sol estalló en el cuarto a través de las cortinas venecianas; respiré hondo llenando mis pulmones de aire. Podía ver mis pies, mis brazos; ahí estaba yo. Trataba de regresar a mi cuerpo de nuevo... había un largo camino hasta mis pies. Levanté mis manos hacia mi cabeza, se tocaron. Todo había terminado... hasta el siguiente sábado.


De The Unabridged Journals of Sylvia Plath 1950-1962 

Walter Benjamin

"Para el que ha comido hachís, la eternidad no dura demasiado."

"Hay que ponderar sin prejuicios las ventajas de la degustación de hachís."