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viernes, 1 de abril de 2016

Sylvia Plath y el óxido nitroso

Esta mañana me han extraído mis dos muelas del juicio. Llegué al consultorio del dentista a las 9:00 AM. Rápido y con una profunda sensación de muerte inminente me senté en aquella silla sólo después de darle un vistazo rápido alrededor en búsqueda de instrumentos de tortura, cosas como un taladro o una máscara de gas. Pero no había nada de eso. El dentista me abrochó el delantal alrededor de mi cuello; yo me preparaba para que pusiera una manzana en mi boca y esparciera ramitas de perejil sobre mi cabeza. Pero no, lo único que hizo fue preguntarme "¿Prefiere gas o novocaína?" (Gas o novocaína. ¡Je, je! ¿Le gustaría ver lo que tenemos en el menù, my lady? Muerte por fuego, por agua, por bala o por la horca. Cualquier cosa para satisfacer al cliente.) "Gas", respondí con firmeza. La enfermera se coló detrás de mí y colocó la mascarilla de hule sobre mi nariz, con sus tubos apretando sobre mis mejillas. "Respira lentamente" El gas entró de forma extraña, repulsivamente dulce. Traté de no combatirlo. El dentista puso algo sobre mi boca y el gas comenzó a llegar en grandes bocanadas. Había estado mirando de forma fija la luz del techo. Tembló, se licuó, se rompió en pequeñas partes. La constelación completa de pequeños fragmentos irisados empezaron a oscilar ritmicamente en forma de arco, lento al principio, después más rápido y más rápido. Ya no intentaba con fuerza de respirar, algo bombeaba hacia mis pulmones, provocando una respiración difícil y entre cortada. Sentí mi boca resquebrajándose en una sonrisa. Así que esto era... tan simple, y nadie me había hablado sobre esto. Tenía que escribirlo, contar como es esto antes de que olvidara sus efectos. Veía mi mano derecha como la punta de un arco, curvada, pero tan pronto trataba de poner mi mano en otra posición, el arco se cambiaba de ese otro lado, ganando impulso. Qué listos, pensé. Se han guardado estos efectos en secreto, incluso no te dejarían escribir sobre esto. Y después estaba en un barco pirata, la cara del capitán me miraba con atención desde detrás del timón, mientras lo giraba y conducía. Después aparecieron columnas de hojas negras y verdes, y él decía en voz alta "Muy bien, ciérrala lentamente, lentamente." Después la luz del sol estalló en el cuarto a través de las cortinas venecianas; respiré hondo llenando mis pulmones de aire. Podía ver mis pies, mis brazos; ahí estaba yo. Trataba de regresar a mi cuerpo de nuevo... había un largo camino hasta mis pies. Levanté mis manos hacia mi cabeza, se tocaron. Todo había terminado... hasta el siguiente sábado.


De The Unabridged Journals of Sylvia Plath 1950-1962 

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