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miércoles, 20 de septiembre de 2017

Hans Fallada y la cocaína

Después tuve la imprudente idea de probar cocaína. Me la había inyectado en dos o tres ocasiones en ocasiones anteriores y de inmediato me pude dar cuenta de lo mortífera que puede ser.

La dulce morfina es un suave deleite que da felicidad a sus adeptos. Pero la cocaína es una bestia roja y desgarradora que te tortura todo el cuerpo, convierte tu mundo en un mundo salvaje, deforme, atroz, y todo lo que obtienes son pocos minutos de una absoluta claridad mental, un tren de pensamientos y una lucidez tan apabullante que es dolorosa.

Aún así, conseguí un poco de cocaína del mesero del restaurante. Terminé de preparar la solución y me inyecté en dos o tres ocasiones en un lapso de tiempo demasiado corto. En aquellos segundos pude ver la completa felicidad de la humanidad. Pude verla detrás de sus falsas máscaras; lo único que sabía es que me encontré en medio de mi habitación y balbucí: “Oh, la dicha, la veo al fin”.

Incluso en el justo momento de finalizar esta frase, comenzó a desaparecer, no sentía ya sus efectos y cada inyección posterior solamente hacía de los efectos secundarios más salvajes, más furiosos, más enloquecidos. Aparecían destellos luminosos frente a mí, cuerpos apilados unos sobre otros, letras que antes había leído en alguna parte aparecían de pronto abriéndose a sí mismas y entonces me daba cuenta que en realidad no eran letras, sino animales. Animales astutos, agitándose y recorriendo páginas enteras, empujándose unos contra los otros, creando extrañas combinaciones de palabras, y yo trataba de capturar su significado con mi mano.


Fragmento del cuento de Hans Fallada Short Treatise on the Joys of Morphinism.
Traducción: Mario Manjarrez


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